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Abrazo, muerte, miel

Te abrazo fuertemente, te aprieto, pongo en funcionamiento todos los músculos de mis brazos, los de todo el cuerpo, porque cuando te abrazo también te abrazan mis muslos, mi espalda y así, sucesivamente, todas las partes que has despertado con el candor de tus labios. Te abrazo, no me canso de abrazarte, de cerrar los ojos para deslizar suavemente mis manos por tu  cuello y dirigirlos como una campaña de conquista hacia tu espalda. Una caricia eterna se teje en esos centímetros, una caricia en la que me deshago; las manos se vuelven agua y, con la fuerza de un mar enfurecido grito tu nombre,  lo descompongo, cada fonema entra desde tu piel en dirección a mis colinas, montes y humedales: Un gemidito interno, un sobresalto en sólo unos cuantos centímetros. Te sigo abrazando y es esta finitud que los compone, es esta forma tan corta, tan pequeña que se instaura en el imaginario de las noches y me desvela, llena de pulsaciones mis manos, los dedos, las yemas con las que siempre te rec

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